sábado, 18 de noviembre de 2006

ENCUENTROS (Cuento en entregas. Parte II)




Luego de unas incómodas ocho cuadras más, desde la escuela de teatro, llegamos el hotel “La Estrella”. Anuncio de bronce, puertas anchas, ningún lujo, pero limpio.
Emergía en aquella siesta con sus manos extendidas, liberando infinitas posibilidades, en la imaginación de gente que como yo, ha vivido íntimamente oprimida.
Nadia se dirigió muy segura al mostrador de la recepción, desperezando a una mujer de muchos años y rulos falsos, que se enderezó con dificultad de su silla, carraspeando y fingiendo una excesiva disposición.
- Si?
- Una habitación doble.
Mirándome, me dijo, cuántas noches? Yo caí en la cuenta de que no había pensado aún en ello, así que le dije
– Una noche.
Pareció no inmutarse, y agregó lo dicho a la vieja de los rulos
- Nombre, bla, bla, bla, son 60 pesos, bla, bla, bla.
Cómo decirle ahora a esa chica de piernas flacas que nada de eso estaba bien? Quería salir de allí. En qué momento me embarque en sueños imposibles sostenidos por apenas unas pocas confesiones. Había imaginado llegar a ella abriendo túneles, hacia jardines tibios con olor a naranjas, sosteniendo miradas, cobijando latidos. No así. Tampoco era lógico que ella tomara tantas decisiones por mi cuenta, venciendo serenas fortalezas. Debía hacer algo, decir algo.
- Nadia, deja que yo lo arregle. Esta bien.
Parecí condescendiente y no el hombre que quería ser, el varón recio que debía ser. Soné fofo, débil. Soy un boludo. Por eso me miró con ojos interrogantes.
- Ya está todo listo, Renzo- dijo y se volvió a la mujer de los rulos
- Qué número de habitación? Ah, Sí, está en el llavero, Si, la 24. Gracias.
- Vamos?
Nunca sabré si solo intentaba ser amable o humillarme La seguí mansamente por un pasillo que se abría al cruzar un cortinilla de cuentas plásticas, con la fuerza que me atraía el magnetismo de su imperfección, acorde con ese paisaje mas bien deprimente. . La decoración era en verdad modesta, que se yo, no había nada en ningún lado, ni una maceta. Era una versión reducida de cualquier escena de amor inventado o concretado, salida de una novela, de una película
Era la última del pasillo luego de doblar a la derecha como nos habían indicado. Y sí, allí encontramos la número 24.
Nadia, la super mujer, abrió la puerta. Sin ceremonias, sin augurios de pantera. Ya no me miraba. Desde que entramos en el hotel dejó de mirarme. Esa indiferencia me alivió en parte. El cuarto era común y oscuro. Al dejar el bolso sobre la silla, comencé a preocuparme de lo que vendría. Observé a mi acompañante, de reojo, pero registrando los detalles mínimos. Sus pies en unas sandalias marrones, sus piernas que eran mas bien torcidas hacia afuera, su pollera de diezmil colores, una remera rosa? con mangas largas, con la temperatura aquella. Luego realizé comentarios comunes, de los que se acostumbran en esos casos: Hace calor… ¿abrimos la ventana? ¿No hay aire acondicionado? Por este precio… El baño está bien, con toallas. Si, gracias. ¿Te quedarás? Por supuesto. Quédate quieta, ven. Siéntate aquí, junto a mí. Bueno. Dale. Ahora voy, me lavo las manos, ¿si? Bueno, te espero….
La cotidianidad también es todo un aprendizaje, me dije.
Yo me quite el sueter anudado a mi cuello. Respiré con tranquilidad en una falsa calma. El ruido del agua del baño, me puso en alerta otra vez. Ya sale. Se enterará de mis deseos. Leerá mis pensamientos, mis miedos, mis dudas.
- Ven, chica, sentate aquí. A mi lado- Lo hizo sin naturalidad.
- Y entonces, ¿que tal el viaje? – ya su seguridad se había quedado estacionada en la entrada del hotel, junto a sus miradas inquisidoras.. Ahora era una niña temerosa frágil, tímida.
- Bien. Largo. Cansador. ¿Te sorprendí? ¿No me esperabas, no? – dije con una alegría supuesta, pues nada era como esperaba.
- Fue muy lindo verte, casi me muero cuando vi el mensaje. No se, el mundo desapareció después de eso. Renzo, Renzo… estas aquí. Al fin, amor mío– y diciendo esto, fue ella quien me besó.
Yo respondí, claro. Fue un beso. Nada más. ¿Qué me pasa?. No volví a nacer, habitado por ella. Soy un idiota. ¿Y ahora qué hace? Se quita la remera… uy, que tetas feas… esos pezones parecen los mios. Por qué no puedo dejar de mirárselos. Parecen timbres. No voy a reirme. Si, definitivamente soy un idiota. Ahora ya no se me parará. Debo pensar en otra cosa. Mirarle los ojos. Si, eso. Besarla. Siempre fui simpatizante de la sinceridad. Pero en aquellos momentos, mi emoción era mentira, mentira.
Nos besamos, con lengua, con saliva, con dientes, con manos, con uñas, hasta que ambas humanidades estuvieron dispuestas para el sexo genial que tantas veces planeamos. Le quité sus bombachitas, que no quise mirar. Y como pude, me quité el pantalón, las medias, el slip azul. Siempre con los ojos cerrados, pensando en otra cosa. Dejándome llevar por esa lacónica excitación. Sería de tanto desearla. Serían los nervios o el cansancio del viaje. Lo único que falta es que haga el papelón del siglo. Se supone que soñamos muchas noches con este momento. No voy a pensar en sus tetas. A ver, Amiga, no me dejes en banda ahora. Vamos. Ya se. Las pecas, las pecas de la espalda. Cariñosa, suavemente, la dí vuelta, poniendola boca abajo. Obviamente sentí su pequeña resistencia, su desconcierto. Pero le murmuré que no se asustara. Pensaba que iba a ir por atrás. Pero comencé a besarle la espalda, sus pecas, frías, muy frías, muy frías.
Mi excitación descendía en la misma proporción que subía la de ella. Compensaba mi falta de energía con besos largos y babosos por su cintura, su culo blanco, sus piernas flacas. Ella se movía como serpiente, disfrutándolo. Mis manos suplían, reemplazaban, mi cada vez más decaído machismo.
Mi Amiga reaccionó al contacto de mi mano con su pubis, su mata oscura, la humedad convicta que me invitaba a continuar. Hicimos el amor rapidamente, sin mayores preámbulos, en esa siesta confusa, en esa cama extraña como nosotros.
Que el amor es una interrogación permanente no debe confiarnos, las certezas pequeñas son siempre necesarias, para pararnos desde algún lugar. Yo estaba en el aire, en un limbo de sensaciones encontradas. Pensando en tantas promesas, en otro tipo de duelo posterior a la entrega, a la despedida del placer. No este chirle agotamiento de apenas tenues cicatrices.
Solo podía sentir el quiebre de la ilusión como una lujuria lejana de árboles, desparramada en mil pedazos sobre el paisaje de su cuerpo, ese relieve tan ajeno, sustituido, que no tenía ninguna de mis huellas.
Busqué inútilmente la emoción que se desata en quien aún descubre. Pero no había nada.
Ella movió sus labios claros, en una mueca, débil, apenas susurrándome.
- ¿Te gustó, amor mio? ¿Era como imaginabas que iba a ser?
……………………
CONTINUARA

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