jueves, 16 de noviembre de 2006

ENCUENTROS (Cuento en entregas)



La terminal de ómnibus no era gran cosa. Un edificio nuevo, con mucho vidrio y muchos localcitos, quioscos de revistas, boleterías, ventas de recuerdos ordinarios y una cafetería. Eso era todo. Ningún paisaje que conmoviera, que atrajera la vista. Ningún lugar dónde mirar que distrajera, ningún asombro.
Todas las sensaciones eran internas. Dolían en el centro de mi estómago, y eso que soy un hombre poco expresivo hacia afuera. Parece que me bloqueara algo cuando quiero decir lo que siento. Pero no significa que no sienta. Ahora mismo estoy confundido, arrepentido.
Me parece que lo mejor será tomar una taza de café. Aquí estará bien. No es hora de recorrer demasiados lugares en un pueblo ajeno que no conozco.
Me senté en una mesa cerca del cristal que daba a la entrada de los ómnibus enormes, de dos pisos, que parecían edificios rodantes.
La niña que me atendió tenía la cara más aburrida que yo había visto ultimamente. Por Dios, chica, qué cara.... que parsimonia, que destino fatal.
En fin, el cortado de máquina, al menos.
Qué hago aquí. Cuándo decidí buscar esta aventura, esta locura. Deberé aclararme primero que nada. Ahora mismo le enviaré un mensajito. No. Mejor espero. Qué calor agobiante. Y este viento, que molestia... remolinea en los andenes, haciendo mariposas con los papelitos de caramelos.
Encendí un cigarrillo, mientras recordaba. ¿Cuándo comenzó todo esto? Ya han pasado como seis meses. Fue en invierno. Recordaba el frío en mis rodillas, mientras conversábamos larguísimas horas por el chat.
Y hoy estoy aquí. A más de mil quinientos kilómetros.
Se veía tan hermosa por la cámara. Con su cabello ondulado, oscuro, sus lindos ojos donde la sonrisa llegaba antes que a sus labios, iluminándolos. Reía, reía, reía. Dice que tiene muchas pecas. Yo no logré nunca vérselas. Pero me excitaba imaginándolas, en sus mejillas, en su espalda desnuda.
Sonreí hacia afuera, sorprendiendo a la aburrida camarera que me miró curiosa.
Ahora, la idea de verla pronto me pareció más natural, válida, lógica. El remolino llegaba a mi estómago. Miré el bolso que contenía la ropa que había traído. Yo mismo me observé, no estaba tan mal. No era un modelo de televisión pero tampoco un escracho. Mis jeans estaban limpios, mis zapatos de gamuza, la camisa que ella decía me quedaba bien, el sueter anudado, me daba igual cómo me veian los demás. Mi pelo estaba corto y revuelto, con picos en todas las direcciones. No importa, me dije. Ella me ama. Me conoce de tantas y tantas noches. Me gustas mucho Renzo, me había dicho. Y por qué dudarlo.
Ella sí era linda. Es linda. Y pronto la tendré en mis brazos. Pronto será el minuto fatal del encuentro.
¿Por qué sorprenderla? Respuesta fácil. Ya me había aguzado bastante con eso de que yo no la quería, que no era capaz de concretar nada...
Le había mentido diciéndole que debía viajar por el trabajo a Tucumán y que me tardaría varios días.
Ya hacía tres que no me conectaba. Para que no me delatara la emoción de los preparativos y porque me conocía, no aguantaría las ganas de contarle. No se mentir, me tiembla la voz. Cualquiera se da cuenta.
Y ahora estaba aquí.
Soltera, estudiante de teatro, vendedora en un drugstore... allí tenía la compu y por eso se conectaba toda la noche. Su tía era la dueña.
A esta hora está en la escuela, pensé. La buscaré a la salida.
Me animé con el mensaje. Le dije HOLA. ME DAS LA DIRECCION DE TU ESCUELA? ESTOY AQUI. VOY A BUSCARTE.
El corazón me latió fuerte cuando el sobrecito del celular al fin se cerró y sentenció ENVIADO.
Ya no había vuelta atrás. Al minuto sonó el bip de la respuesta. "Pueyrredón 1224. Te espero. Te amo. No lo puedo creer. Nadia."
Con mi mejor cara de nada, pedí la cuenta. Pero qué distinto era mi interior. Bullía la ansiedad, los temores lógicos, las enumeraciones de mis siguientes pasos.
Al salir busqué un taxi. Habían muchos estacionados. Ataúdes amarillos y negros, abandonados. Ningún conductor. ¿Dónde carajo están todos?
Me paré al lado del que me pareció más limpio, apoyando mi bolso en el capó. Esperé mirando para todos lados. Nada.
Esta provincia está llena de vagos. Qué mierda.
Ahora el apuro me invadía. Pregunté en el quiosco de diarios por los conductores. Me señaló un árbol, cerca de un enorme canal de agua. Allí habian un montón de hombres, entretenidos en jugar al truco. Les silbé desde donde estaba. Ví que un tipo grueso de camisa afuera se acercaba, parsimoniosamente. Al fin....
- A la calle Pueyrredón. Al 1200.
- Jefe, recién llega? - me dijo, como si le importara, pero con una voz que lo mismo hubiera dicho: el semáforo está en rojo.
- Se - murmuré. Era obvio, gordo.
Al cabo de unos minutos, bajé pagándole hasta con monedas, el importe exacto. No te dejo ni diez centavos de mas, loco. Aprendé a laburar.
La escuela no era gran cosa. Una puerta verde infinita y dos ventanas flanqueándola. Todo el muro del frente pintado con estrambóticos dibujos. Ningún cartel en la entrada. Solo un timbre.
Enfrente había un parque donde me encaminé para esperar a mi chica. Confiaba en que ella me reconocería, al menos por el bolso. A esa hora, el mediodía, no había nadie, algunos perros huérfanos me miraban lastimosamente. Yo también me miré con ellos. Yo también sentí lástima.
Carajo, no me puse ni un poco de perfume. A ver si tengo tiempo.... revolví a tientas en mi bolso, rápidamente. Sí, aquí esta, bueno. Ahora esta un poco mejor. A lo mejor huelo mucho. Exageradamente. Ya está.
Es la una. Alli salieron dos. Uy, que pinta de drogones. ¿Habrá algun cartel indicando "prohibido bañarse para estudiar aquí" en la entrada?
Bue... alli hay unas cuantas pibas. Una mira para aquí. Pero no la distingo. ¿Será ella? Allí estan cruzando. Mierda que nervios. Me paré instintivamente. Sí. Es ella. Cruzó corriendo. Nos miramos, en cuanto llegó a mí. Es más flaca de lo que imaginé. Pero es linda igual.
- Hola mi amor.... - nos abrazamos fuerte. Muy fuertemente. Ya estaba. Lo peor había sucedido ya. No me pasó nada. Y me pasó todo. Ese "mi amor" sonó natural ¿O no sonó tan natural...? Su voz es mas chillona, me parece.
- Vamos?
Comenzamos a caminar, su mano rozaba la mía. Apenas.
No dejaba de mirarme. Me turbaba. No decía nada. Solo me miraba y reía. Y reía. Qué me mirás tanto, nena. Yo sentía sus ojos taladrándome, traspasándome. No vas a decirme nada. Aquí estoy. Qué me vas a reclamar ahora. Adónde me llevas.
- Hay un hotel aquí cerca, bah, a unas cuadras. Sos lindo... no puedo dejar de verte - decía y hacía eso. Verme y caminar de memoria. Qué pensaba... qué sentía. No lo sé, solo reía. ¿Un hotel? No se si quería hacer el amor ahora. Tampoco era una obligación, pero allí al menos podríamos hablar. Allí pensaba verla bien. Por ahora sólo la intuía, al lado. Yo sí miraba por donde íbamos.
Sin saber por qué trataba de recordar señales, fachadas de casas, nombres de calles. Como si debiera hacerlo para volver sin perderme. ¿Dónde? ¿Volver a dónde? Deben ser los nervios, pensé.
..............................
(CONTINUARA...)

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